Por: Yanelys Núñez Leyva.
Los archivos contenedores de cualquier tipo de información cultural, poseen esa aura misteriosa que solo brinda el transcurrir del tiempo. La función preservadora y protectora que los caracteriza, les ha permitido trascender como verdaderos custodios de la memoria de cada nación.
Ahora, contabilizar los materiales pertenecientes a alguno de esos archivos puede ser una ardua tarea, y si con ello se busca además, registrar la masa corporal del espacio (longitud, peso)¹ que ocupan, el proyecto se vuelve más complicado y a la vez, polémico y transgresor.
Es esa relación metafórica establecida entre el peso de un documento y su valor cultural, una de las inquietudes que mueve la exposición de Rigoberto Díaz, titulada Stock.
Este joven creador, interviene diferentes ámbitos: la revista Revolución y Cultura, la biblioteca de la Universidad de la Habana, el Departamento de Secretaría General del Instituto Superior de Artes de Cuba (ISA); y desde la imagen fotográfica o desde la experimentación con procesos químicos (obra instalativa: Purgante), propone una reflexión acerca del control, articulación y desarticulación de la información.²
Stock pone en evidencia al documento devaluado y desactualizado. Analiza su esencia desde una perspectiva contemporánea. Dialoga con los mecanismos de clasificación que inevitablemente seleccionan, discriminan, excluyen. Y sobre todo, discurre sobre el valor de la idea preservada, resguardada para las generaciones futuras.